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El estatus político de Puerto Rico se encarga de afianzar la
articulación de una estructura de tipo colonial, cuyos alcances en el orden
jurídico, económico, militar e institucional, someten la vida isleña al control
estadounidense, por otro, sus prácticas culturales resisten la asimilación
fertilizando tradiciones de otros orígenes. En efecto, mientras la ciudadanía, la
bandera, el himno, la moneda y el inglés delatan en la cotidianidad la fuerza
diaspórica del poder metropolitano, la pintura, la danza, las modulaciones boricuas
del español, los sistemas de creencias, la música o la literatura obran en un
sentido inverso, contribuyendo a la demarcación de una zona donde es posible el
reconocimiento colectivo, de un ámbito que, convocante, delínea las frónteras de
la puertorriqueñidad.
En este sentido, Puerto Rico constituye un objeto de análisis altamente
provocador de reflexiones en tomo a los vínculos entre la cultura y el Estado, entre
estética y poder, entre la intervención de las políticas culturales en la formación de
imaginarios nacionales y la intervención de discursos, como el literario, en el
labrado de modelos de ciudadanía, de nación y de identidad. |
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